La lucha de clases es la lucha del lenguaje: por qué nos asusta la expropiación o nos asesinan al grito de maricón

Todo el día discutiendo de lo mismo. Que si el lenguaje inclusivo es el que representa a la totalidad de la ciudadanía y a todos los tipos de sensibilidades, que si la batalla lingüística está haciendo que perdamos la ideológica, que sí el uso del genérico femenino es una aberración lingüística, que si patatas fritas o cocidas... Pues qué queréis que os diga: sí, la lucha de clases se libra en dos terrenos y estamos perdiendo los dos: el de la calle y el de las palabras. 






¿TELETRABAJO O REVISIÓN DE LA JORNADA LABORAL?

Una pandemia ha sido necesaria para replantearnos cuáles son las necesidades de la clase trabajadora. Necesitamos estar más en contacto con nuestra casa, con nuestro barrio, con nuestras horas de descanso, con nuestra familia e, incluso, con nuestra cocina -esa que un día abandonamos a favor de la comida precocinada del supermercado más cercano al trabajo-. Y esta necesidad imperiosa de estar más en contacto con lo nuestro nos ha hecho luchar por el teletrabajo. Pero, ¿quién va ganando la batalla de la jornada laboral cuando ponemos en la diana el teletrabajo? El empresario. Un solo año ha sido más que suficiente para dar una vuelta completa al trabajo y plantear una forma totalmente novedosa de producción sin fin: seguir trabajando pero en nuestra casa. 

Hace ya años, muchos, que se conquistó un derecho fundamental de los trabajadores: el derecho al descanso. Se reguló a través de la jornada laboral de 8 horas, después de una huelga general de 44 días de duración. Fue en 1919 y la conquista se consiguió en las calles. Hace cien años que trabajamos el mismo número de horas. Perdonad: más. Trabajamos más. Porque, hasta hace unos años, las distancias de desplazamiento al trabajo eran irrisorias. Ahora, con la construcción de núcleos de población dormitorio alejados de los centros urbanos de trabajo, las horas diarias dedicadas al tajo han aumentado considerablemente. Esto, sin tener en cuenta los pluriempleos, las jornadas fuera de contrato, las horas extra no remuneradas, los trabajos de cuidados no reconocidos y que las mujeres bien saben (no les ha quedado otra) compatibilizar con la jornada laboral... 

Han ganado en el lenguaje porque, nosotros, la clase obrera (aunque el propio lenguaje nos haga no identificarnos con ella) estamos luchando por el teletrabajo. Es decir, por seguir produciendo durante más horas si es necesario, siempre que nos permitan que esta producción sea mientras ponemos lavadoras, planchamos, comemos, mimamos a nuestro perro Pancho... Hace cien años ya de la implantación de una jornada que se come nuestra vida y no estamos dispuestos -parece ser- a revertir esta situación. 

Total, tenemos el teleworking. 


¿LA LEY, EL CONVENIO O EL COWORKING?

Los derechos básicos que nos regulan a los trabajadores están recogidos en un maravilloso texto llamado Estatuto de los Trabajadores. Ante el incumplimiento del mismo de forma sistemática por parte de algunos empleadores, se ha decidido hacer otras leyes que lo refuercen. Por ejemplo: la Ley Rider. Que viene a decir que: oye, si eres trabajador, eres trabajador. No freelance, autónomo, rider, emprendedor. Y como trabajador te corresponden unas obligaciones (tranqui, que esas todo el mundo las cumple aunque el lenguaje nos haga creer que no) y, ojo, unos derechos. 

Además, según el sector en el que trabajemos, tenemos otra maravilla: el convenio. Que puede mejorar las condiciones MÍNIMAS reguladas por el Estatuto. Sí, sí. En este convenio, al que todos podemos acceder, se recogen cosas tan interesantes como los días de asuntos propios que muchos tenemos y no todos sabemos. O como ciertos derechos más concretos y que nos permiten trabajar mejor. Pero hay más opciones de mejora de condiciones laborales. Por ejemplo, los acuerdos con la empresa, muchas veces sindicatos de por medio. 

Pero ¿qué se nos ocurre en caso de tener que teletrabajar por obligación y no tener un lugar idóneo para ello? [Friendly reminder que estamos en un país en el que las casas se han construido para dormir y no para trabajar]. Se nos ocurre ir al centro coworking. Porque conocemos lo que es un coworking. Pero no sabemos muy bien lo que son los acuerdos. Y muchas veces, aunque sabemos lo que son los sindicatos, han vuelto a ganarnos en el discurso lingüístico y consideramos que "no hacen nada". Porque, como todos sabemos, hace más un centro coworking que un sindicato por los derechos del trabajador. 

Una buena mañana del s. XXI podría consistir en un paseíto por un coworking para aprender how to sell consulting to customers pero no cómo leerse el convenio para disfrutar de esos dos días de asuntos propios que te corresponden y llevas años regalando a la empresa. 


SOCIALIZAR GASTOS, PRIVATIZAR PÉRDIDAS

El lenguaje es importante. En el lenguaje se genera el caldo de lo que queremos reivindicar. El lenguaje es lo que nos hace amar la privatización, la capitalización, la inversión, la liberalización pero odiar la expropiación y la socialización. Pero, ¿sabemos por qué? La palabra popular está bien; la palabra expropiar está mal. Pero, en términos económicos, ¿no es acaso la expropiación la mejor forma de popularización de un bien? Pero asusta. ¡Nos ha jod**o! Si me asusta hasta a mí. ¿Sabéis a quiénes no asusta ese término? A las eléctricas. Que saben que nunca va a llegar a ocurrir porque tienen a toda una población a su favor gracias al miedo que tenemos a la expropiación, socialización, colectivización... 


EL LENGUAJE, SU VICTORIA: DE MARICONES A SECRETARIAS 

Una cosa está clara, la clase obrera ha (hemos) renegado de su lenguaje hasta el punto de renegar de los movimientos que han hecho del lenguaje su reivindicación y realidad identitaria y que nunca han puesto en peligro las reivindicaciones obreras (principalmente porque forman parte de ellas). Pero, ¿sabéis quién sí reivindica con el lenguaje? Quienes dicen no entrar al trapo en él. 

Almeida renegando del lenguaje inclusivo pero piropeando a presentadoras en directo es SU lenguaje; las manifestaciones de negacionistas hablando de libertad han impuesto SU lenguaje; los grupos religiosos haciéndose llamar pro-vida han impuesto SU lenguaje (y tanto, han hecho que, el resto, seamos pro-muerte). 

Nadie ha sido asesinado al grito de "hetero". Pero sí al grito de "maricón". Pero quienes saben que tienen el poder se ríen porque un día ellos también dijeron maricón y no iba con maldad. Con maldad no, con intención: sí. Es SU lenguaje contra el nuestro. 

La abogada o la arquitecta que se hace llamar abogado y arquitecto ha impuesto SU lenguaje. Bajo la falsa premisa de no entrar en modificaciones lingüísticas (que llevan, en algunas ocasiones, SIGLOS de trayectoria y reconocimiento académico) han impuesto un lenguaje que sitúe a su clase en una constante victoria etimológica y que invisibiliza no tanto el lenguaje inclusivo, sino a quienes ese lenguaje representa.

No he escuchado aún a ninguna "arquitecto" (en su posición social y económica, que le permite llamarse como le de la santa gana sin perder por ello privilegios) referirse a la generalidad del servicio de limpieza como tal o como "los limpiadores". Son las limpiadoras. Son las cuidadoras. Son las enfermeras. Son las azafatas. Son las secretarias. Son ellas. Las de abajo. Las que no ostentan puestos superiores y, por tanto, pueden seguir siendo en femenino. Son ellas, las que van perdiendo. 

Y con ellas, nosotros.

Porque es SU lenguaje contra el nuestro y la clase obrera está renegando de él. 

Sí existe una lucha de clases y la van ganando. 




Comentarios

  1. La Bea pro sindicalista es una de las versiones que más me encantan. Esperando férvidamente más publicaciones como estás!!!!!

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