Mi habitación propia

Hace dos años fui a ver, en Madrid, una de las obras de teatro que, sin duda, más han marcado mi vida. Se trata de "Una habitación propia", basada en la obra de Virginia Woolf e interpretada por una magnífica Clara Sanchís. No fui por iniciativa propia sino por invitación para, después, hacer una entrevista a Sanchís en la Ser en Madrid. Un año después, y por estas casualidades que tiene la vida que a veces nos sorprenden, me vi yendo a verla, de nuevo, a Guadalajara, para contarlo (también) en la radio. Esta vez el programa lo presentaba yo. 

Unas semanas más tarde creí que era más que necesario leerme el libro y, ahora, me acompaña encima de la mesa mientras escribo estas palabras. La obra gira en torno a dos ideas fundamentales: las mujeres necesitan (necesitamos) una habitación propia y dinero para poder realizarse (realizarnos) en la vida. Parece una idea algo estúpida pero no podemos olvidar que, el momento en el que esta obra fue escrita, las mujeres dedicaban todo su tiempo -y con ello su espacio- a los quehaceres domésticos y todo su dinero dependía y pertenecía, en caso de poder ganarse, al marido, padre o tutor masculino. 

Virgina Woolf // Clave de Libros
Woolf, para llegar a esta conclusión, plantea una serie de cuestiones y preguntas que van desarrollando todo el peso ideológico de la historia. Cuenta, algo asombrada, que las mujeres abundan en la Literatura de la época pero, a la vez, las mujeres no habían escrito nada por aquel entonces. Con un sarcasmo ácido y sincero nos dice:

"Si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría uno como una persona importantísima, polifacética: heroica y mezquina, hermosa y horrible (...). Pero esta es la mujer de la Literatura. En la realidad la encerraban bajo llave, le pegaban y zarandeaban por la habitación". 

Añade, también: 

"Algunas de las palabras más inspiradas, de los pensamientos más profundos, salen el la Literatura de los labios de una mujer; en la vida real, sin embargo, apenas sabía leer, apenas sabía escribir". 

Unas páginas más adelante y, quizá siendo lo último a lo que hago referencia de la obra para que la leáis, habla de lo que hubiera pasado con la hermana de Shakespeare. Él, uno de los máximos representantes del Teatro mundial, fue un prodigio, un joven genio que escribió obras desde joven y... bueno... y no tuvo que hacer la colada o parir hijos. Era muy complicado, para una mujer de la época, haber hecho un Shakespeare y haber recorrido el Mundo de teatro en teatro habiendo dejado a los bebés a la primera persona del público o habiéndose llevado la ropa de la colada en una mochila para ir lavándola en cada lavadero municipal. ¿Os imagináis?

Yo, con 23 años y sin muchas obligaciones maternales que se diga, podría desarrollarme espléndidamente con mi cuenta corriente a mi nombre (a mi nombre y al de las arañas con las que la comparto por las telas que suele tener) y, además, con una habitación... bueno... aquí quería yo llegar, no muy propia... 

Como he dicho ahí arriba, al principio, he visto la obra en dos ciudades, en Madrid y en Guadalajara y, en ambos lugares, por motivos de trabajo. Pero, además, he nacido en Ávila, lo que añade una tercera ciudad donde situar mi habitación "propia". En los últimos 6 años he vivido en tres ciudades y en siete casas distintas con sus siete habitaciones y sus cinco subidas del precio del alquiler (en dos no hubo subida porque una era mi habitación en Ávila y otra fue la habitación de Guadalajara, de donde escapé en cuanto los ingresos fueron menores que los gastos de vivir fuera y querer comer algo más que arroz y patatas). 

Es muy difícil comprender la necesidad de tener una habitación propia hasta que te falta. Recuerdo con nostalgia mi cajón desordenado en Ávila (en mi desorden yo me entiendo) que no me ha dado tiempo ni a recrear en Madrid; recuerdo por dónde entraba el sol y cuánto goteaban los cristales en invierno por la condensación; recuerdo el sentarme a escribir siempre en la misma silla rota y desgastada (ahora voy de silla en silla y mi culo ya no sabe dónde está) y recuerdo, como nada, el sentir que mi habitación lo era todo y no necesitaba nada más. Bueno, un baño también está bien, ya sabéis, pero incluso sin baño, a mí que me pongan una habitación y ya haré yo un agujero en el suelo...

El otro día esperaba a que llegara un amigo a mi casa y le dije que era el segundo piso, cuando realmente vivo ahora en un primero (el anterior fue un segundo y el próximo, de aquí a un mes, será un sexto). Estuvo esperando un rato y, al final, solo tuvo que bajar las escaleras para llegar donde yo llevaba un rato esperando. En el ascensor ya no sé a qué botón pulsar cuando me monto y no me ha dado tiempo a saber qué llave se corresponde con el portal cuando ya me toca cambiar de llaves (y de portal). 
Relación Airbnb / subida precio. Fuente: eldiario.es https://www.eldiario.es/economia/concentracion-Airbnb-manzana-viviendas-vacacional_0_809119651.html 

Ahora me voy, de nuevo, del piso. Más bien me echan: lo hacen Airbnb para que una pareja disfrute de las vacaciones de verano pagando en una semana lo que yo pagaba (pago, aún no me he ido) en un mes (400 euros por una habitación). Me voy a una habitación propia donde, espero, me dé tiempo a desordenar el primer cajón de la mesa y a perder varias veces mi boli multicolor pero me voy, sobre todo, a una habitación donde pueda sentir que sigo creciendo. 

Virginia Woolf tenía razón. Ahora quizá no sea por el hecho de ser mujer pero sí lo es por el hecho de ser una precaria en alquiler con un sueldo mensual del que dedico el 50% a una habitación (que ya no una casa) y huyendo constantemente de las subidas madrileñas del precio de la vivienda. Este libro rosa editado por Austral que me acompaña sobre la mesa en la que hoy escribo (y en la que en un mes ya no escribiré) cobra más fuerza que nunca: es necesario tener una habitación propia. Lo de la casa lo dejamos para la próxima vida...

Os dejo, hay un mosquito revoloteando en mi oreja que no sabe que le quedan solo tres semanas en esta habitación. Supongo que, el próximo inquilino, no le dará ninguna oportunidad de rondar orejas. Hasta otra, amigos, os escribiré desde otra casa, desde otra silla y con otra orientación (excepto política, que seguirá siendo la misma). 

¡Hasta otra!

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