No huimos de Castilla y León porque falte trabajo: huimos porque falta todo lo demás

Dos de cada tres jóvenes castellano-leoneses piensan en abandonar su Comunidad en busca de un mejor futuro laboral. O un futuro, ya no mejor, laboral. Esto es lo que muestra el último estudio de la Asociación Profesional de la Sociología de Castilla y León. Y sí, es cierto, pero a veces se olvidan de otra parte no tan relacionada con el trabajo aunque muy afectada por el mismo: la parte personal. 


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Hasta los 18 años crecí en una ciudad castellana como la que más: frías temperaturas invernales obligaban a que los juegos de la infancia se desarrollasen en casas de amigos que, aprovechando que alguno de los padres no trabajaba, preparaba meriendas a los amigos y las amigas de las criaturitas que comenzábamos a crecer (pero no lo suficiente para irnos solos a pasar la tarde en la calle). El verano era otra cosa, el calor comenzaba a asfixiar y, los pocos que no se habían ido a su pueblo, podían esparcirse por las calles de la ciudad en busca y captura del banco libre a la sombra que permitiese pasar una tarde completa haciendo nada y comiendo bolsas repletas de gominolas y pipas. Es curiosa la estampa de la plaza más céntrica de mi ciudad en verano: niños y ancianos hacen lo mismo; comer pipas sentados.

Esto no podría durar mucho tiempo, ¿o se creían que sí? A los 14 años -por prematuro que parezca-, las botellas de alcohol comenzaban a sustituir las bolsas de gominolas y pipas y, antes de que se echen las manos a la cabeza los que no son de una pequeña provincia sin mucho que hacer, diré no, los padres no sabían nada porque ¿quién iba a imaginarse que su hijo, o su hija, al salir a la plaza del barrio iba a beber y no a seguir comiendo pipas? Sabíamos hacerlo sutil, bebíamos pronto para dejar de hacerlo a las 8 y así, a las 10, estar en casa como una rosa sin olor a alcohol ni la lengua negra. Esto no solo era así en verano ¡ay! los inviernos a temperaturas bajo cero también tenían una única actividad de fin de semana donde los jóvenes podíamos asistir felices: el botellón junto al río helado del que podríamos sacar hielo fácilmente si no fuera porque no lo necesitábamos.

No me siento orgullosa de ello pero tampoco me arrepiento: a lo hecho pecho (y un estómago e hígado bastante destrozado). Años después surgieron algunas alternativas que no se diferenciaban mucho de las actividades realizadas años atrás: el botellón en la calle se sustituyó por pubs nocturnos y los bares comenzaron a ser lugar de encuentro más allá de los bancos callejeros del verano infantil. Así, y con suerte con algún partidillo de por medio en pistas de fútbol medio destrozadas, llegó el año de emigrar. Madrid en mi caso, otras ciudades en otros. Una de las cosas que más sorprendió a mis compis de universidad fue las pocas ganas que tenía de salir de fiesta, estaba harta, y las muchas de hacer todo lo demás. En Madrid conocí centros sociales -que, lejos de lo que creía, no es el lugar donde va gente con problemas-; también conocí bares literarios -donde se hacía de todo menos leer-, conciertos gratuitos, gente guay que conocía más sitios donde había conciertos gratuitos, el post de los conciertos gratuitos, bibliotecas en antiguas Iglesias donde cada tarde se hacía una actividad distinta, muchas rutas (la de la Tapa, el Vino, de Madrid al Cielo, las flaneadoras, de montaña, urbanas...), cursos de fotografía y un Rastro que, más que un mercadillo de compra y venta de objetos y ropa, es una reunión cada domingo para tomarse una tosta con una cerveza mientras varios músicos callejeros te acompañan y te apuntas a la actividad de la semana siguiente.

Algo que no me he perdonado, aunque tampoco me culpo de ello, es de conocer más la montaña de Madrid que la de mi ciudad: y eso que estoy hablando de Gredos. Aún no la he pisado tanto como he pisado Cercedilla y la Sierra Norte de Madrid. ¿Por qué? Un bus urbano cada 15 minutos conectan Plaza de Castilla con la Sierra madrileña; un bus gratuito (tarifa plana de 20€ al mes), por cierto, si eres menor de 26 años. ¿Puedo decir lo mismo de mi ciudad? Desgraciadamente no.

No es que quiera irme de mi ciudad para buscar unas condiciones laborales dignas, que en mi caso no creo encontrar fuera tampoco, es que no quiero volver para que no me falte todo lo demás. La vida no es solo trabajo y los jóvenes, antes o después, vemos que lo que nos rodea se queda corto, que no solo el alcohol es alegría y que, en algún momento, tendremos una afición que nos hará feliz y que nos permitirá descansar cuando las largas jornadas de trabajo nos hagan sentir agotados: quizá los jóvenes, hoy más que nunca, buscamos el lugar en el que encontraremos esa afición o esa felicidad para después encontrar un trabajo y no al revés y, quizá, solo quizá, por eso queremos irnos de nuestras ciudades: para no volver. Escribo esto desde la habitación que me vio crecer, el barrio que me enseñó a caminar y cerca del colegio que me enseñó a hablar y, aunque creo que conmigo ya no hay solución, espero que con los que vengan sí.


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