Españoles, Maduro ha muerto. Cataluña lo ha matado.

Si hay algo evidente en este mes de convulsión social en Cataluña es que estamos ante la muerte -al menos mediática- de Nicolás Maduro. Cataluña ha sido, finalmente, la solución a todos los problemas venezolanos que inundaban nuestras pantallas televisivas durante los últimos meses, abrían y cerraban informativos y creaban una indignación súper o sea mega flipante entre la sociedad española tan concienciada socialmente.

Cataluña / El Roto

Poco o nada manoseo el mando de la televisión pero últimamente aparecía más la cara de Nicolás Maduro en los informativos nacionales que la de Juan Y Medio en el canal andaluz. La situación era insostenible: la de Venezuela y la de los informativos. En la sección de política nacional aparecía nuestro magnánime y queridísimo presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, hablando de Venezuela. Posteriormente, en la sección internacional, teníamos al propio Maduro hablando en su país y en los deportes resultaba que el Estadio Nacional de Fútbol de Venezuela estaba en malas condiciones -pero la plantilla del Real Madrid ¡en buenas!-. Solo El Tiempo nos daba un respiro anticiclónico para permitir que nuestros oídos descansasen de tanto Maduro. Poco les faltó para que las borrascas fueran todas de origen venezolano... ¡menos mal que llego Cataluña!

Hace un mes, sin embargo, Nicolás Maduro murió. Murió tras parir a Puigdemont, a Junqueras, a Artur Mas y a Ada Coulau. Murió rápido. Fue indoloro. Nada agónico. De golpe y plumazo. Parece que Cataluña ha cobrado más fuerza que nunca en nuestro día a día y ha dejado atrás los dolores pasados de otros pueblos y otras instituciones que servían, entonces, de tapadera a la corruptela española que lideraba nuestro panorama nacional.

No soy independentista


Qué sabios son algunos y que tontos somos todos -a su vez-. Me mojaré, por si alguien se atreve a decirme que me muestro equidistante -postura de cobardes para muchos, muy legítima en mi opinión-. Me mojaré y diré que no soy independentista pero pretendo no ser tampoco gilipollas.

Nací en Ávila hace unos años ya. Una pequeña ciudad donde el sentimiento de independencia no tiene mucha coherencia económica, social ni cultural. Un pueblecito al que mucha gente no sabría ni situar, a pesar de ser capital de provincia -a experiencias me remito-. Me voy a mojar aún un poquito más. He crecido en la cultura del federalismo; de creer en ello como solución estatal, de considerar que el independentismo catalán ha nacido de la semilla de la burguesía catalana y que lo que hoy en día está ocurriendo parte del infantilismo. Parte, ojo, su raíz, pero creo que sus frutos son los más maduros que está generando este país.

Qué queréis que os diga. Que los nacionalismos tienen un germen burgués es un hecho. El independentismo catalán ha sido -tradicionalmente- económico. Podemos compararlo con el vasco que, al contrario, ha sido de tradición cultural. Ha nacido de las clases de dominación económica que, viendo que su región -y razón no les faltaba- era más fructífera y rentable, no querían tener que dar parte al Estado Español -mucho menos industrializado por aquellas épocas y terriblemente derrochador-. Y es así, el independentismo catalán nació en lo que yo creo que se puede considerar una infantileza de las clases dominantes de la región y que así se ha materializado en los políticos que allí gobiernan, para mí totalmente ineptos -e ilegítimos- en sus funciones. 

Tampoco soy gilipollas


¿Pero sabéis de lo que estoy más convencida aún? De que lo que antes era meramente una cuestión económica se está convirtiendo en social; de que lo que un día fue cosa de unos pocos ricachones egoístas ahora está tomando un rumbo colectivo donde las calles se están llenando de gente: gente que cree, gente que quiere, gente que lucha. 

Protestas en Barcelona / El Correo
La imagen lo define a la perfección, si esta situación de colectivismo callejero se hubiese dado en las calles de Venezuela hubiesen saltado las alarmas informativas en nuestro país. Si ese coche de la Guardia Civil "tomado" por la gente hubiese sido "tomado" por la sociedad venezolana tendríamos ante nosotros el apoyo total de los altos cargos. Si este hombre de Intereconomía que ha deseado que la bomba nuclear de Kim Yong Un "caiga sobre Cataluña y así se solucionan todos los problemas" lo hubiese dicho en Estados Unidos, con pelo blanco y liderando la jefatura del Estado, hubiesen saltado todos los defensores de los derechos humanos para meterle, mínimo, un calcetín sucio en la boca. 

Es un error negar lo evidente. La revolución está ocurriendo, a pie de calle eso sí, no de urnas ni de institución. Los periódicos sacan en portada la cara de los altos cargos institucionales que regentan la Comunidad y se olvidan de las manifestaciones multitudinarias que tienen lugar. Si esto no estuviese ocurriendo en España, si no fuese Cataluña, las portadas no serían de hombres con corbata. Véanse las portadas que mencionaban las revueltas de Venezuela -de nuevo- o las de la Primavera Árabe -por cambiar de escenario-.

Pero el Gobierno español, inteligente en su cargo y acción, decide ordenar la detención de activistas catalanes, de cargos catalanes; de catalanes, en general. El mismo Gobierno que, días atrás, criticaba la existencia de presos políticos en Venezuela -en aquellos momentos en los que el país dominaba las pantallas televisivas, ahí sí-. Lo recordaréis: "Leopoldo López debe ser liberado. Expresarse es un derecho democrático". Este Gobierno español que decide no legalizar el referéndum porque no ha habido diálogo, pero que tampoco quiere dialogar porque no es legal el referéndum. Este Gobierno que cree en los vecinos; en el vecino del vecino que es el vecino pero... ¡pero Cataluña no es vecino! ¡Ni niña! No sabemos quién es la niña de las chuches de Rajoy pero sí sabemos que, Cataluña, no lo es.

En la Puerta del Sol / Beatriz Caballero
De nuevo me mojo, señores, si me lo permiten y si hasta aquí me han soportado. El otro día salía de trabajar y decidí acercarme a Sol donde la gente se manifestaba a favor del referéndum. Aplausos. Aplausos los que hubo allí y los que yo les doy desde aquí. Aplausos por lo que escuché. Por lo que viví. Porque allí no había Junqueras paseando. Allí había gente. Mis pelos de punta. Señera catalana. Bandera de Castilla. 

Ya he dicho por aquí que soy de Ávila, que no soy independentista, pero sí soy, y a mucha honra, una castellana convencida y muy sentida con mi región. Y ver ambas banderas juntas me aceleró el pulso. No, no soy independentista, ¡cómo voy a querer que se vaya Cataluña si para mí es una hermana de región! Creo que no hay mayor patriotismo que el que defiende la riqueza cultural y las diferencias en cuanto a la lengua, costumbres y sentimientos -pero esto es otro tema y hay cerrados de mente que no saben abrirse a la variedad de la vida-.


Habla, Pueblo, habla


No pude quedarme mucho y continué mi paseo hasta casa -manías mías, perdónenme-. En el camino pasé por la puerta del Congreso. Frente a él, una exposición; una exposición sobre la Transición. En la puerta de la exposición una inscripción: habla, Pueblo, habla. ¿Os acordáis de esa maravillosa canción que se entonaba contra el franquismo? Qué ironía leer de nuevo esa frase en los días que corren y por eso, más que nunca, quiero repetirla de nuevo. Además, no la digo yo y no la dicen en Cataluña. La dicen en Madrid, en una exposición estatal, a las puertas del Congreso: habla, Pueblo, habla.


Habla, Pueblo, habla / Beatriz Caballero


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