¡Eh, que por lo menos cobras!

Escribo desde la oficina, con un montón de folios acumulados a mi lado izquierdo con una inscripción "por hacer" y otro montón a mi lado derecho con otra "hecho". No es que me apetezca quejarme pero mi cabeza está a punto de reventar y de largarse de vacaciones, la fiebre está comenzándome a subir pero aquí sigo yo y, lo mejor, no puedo quejarme porque ¡por lo menos cobro!

Tengo un contrato de aprendizaje en prácticas en el que se da por hecho que tengo ya todos los conocimientos suficientes para realizar las tareas de mis jefes. Por ello me ordenan que las realice, dando por hecho que la parte del contrato "de aprendizaje" puede pasarse por alto, pero no así la parte de "en prácticas" no vaya a ser que por hacer el trabajo de mis jefes me dé por rebelarme y querer cobrar lo mismo que ellos pero ¡cuidado!, ¡por lo menos cobro!

Veo a final de mes cómo los ingresos en mi cuenta bancaria se disputan la carrera por llegar a línea de meta con el pago de mi alquiler. Rezo a las Supernenas para que llegue primero el ingreso que el pago y tan pronto como veo que entra el dinero veo también que sale, dejándome un maravilloso margen de cincuenta euros para poder sucumbir a mis placeres más ornamentales como, por ejemplo, comprarme dos filetes de ternera, una pechuga de pollo (¡si hay suerte pillaré oferta y compraré el pollo entero!), un lomo de atún y un par de huevos (que es lo que hay que echarle al final de cada mes para que salga bien la jugada) pero, conste aquí que no me quejo, ¡por lo menos cobro!

La culpa es nuestra, señores. Lo es. Día sí y día también tengo que aguantar a quien me dice "no te quejes, que por lo menos cobras". Entonces entrecierro los ojos, ladeo la boca, levanto las cejas (no lo hagan, queda absurdo) y pregunto "ah, ¿que tú no cobras?". "No" responde ensanchándose como un pavo real al que se le va a hacer una foto "yo con la experiencia tengo, ya llegará el momento de cobrar"

¡Já, me río!

Con la experiencia ya les digo yo que no se paga el alquiler, ni la Universidad, ni esos lomos de atún, ni los filetes de ternera, ¡ni si quiera los de pollo! Y que les voy a decir de ese par de huevos para llegar a fin de mes que quedan tachados por completo de la lista de la compra. 




El día que quieras dejar de vivir de la experiencia llegará otro papanatas, porque no hay otro adjetivo posible para describirlo, que acepte un contrato precario en el que no cobre que, encima, dé las gracias por la experiencia y aplauda porque le dan de alta en la Seguridad Social (¡aplaudan todos!). Y tú, que un día fuiste así, verás cómo ahora que quieres pagarte un filete de ternera digno (¡vivan los filetes de ternera dignos!) y reclamas tu derecho a recibir remuneración, serás fulminantemente sustituido por el agradecido y barato joven que un día tenía tu misma cara, mismo nombre y, sobre todo, mismo espíritu.

Pero cuando vuelvas a verme por la calle dímelo de nuevo, dime que no me queje, dime:

¡Eh, por lo menos cobras! 

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